Zen y el cambio

La vida, en muchos aspectos, es cíclica: se podría comparar con una rueda que da vueltas. La repetición de las estaciones del año y las horas del día, así como fenómenos humanos tales como la aparición y desaparición de las grandes potencias, nos hablan de la ciclicidad inherente a nuestro mundo. En algunas sociedades esta ciclicidad está arraigada en la cultura. En el sur asiático, por ejemplo, el concepto de la ciclicidad tiene un lugar importante en el ámbito humano, en la forma de una eterna alternancia, de una repetición sin cesar, de un continuo renacer, hasta de las reencarnaciones consecutivas de los humanos. Podemos imaginarnos cómo todo esto puede ser simbolizado por una rueda. En efecto, la rueda es un símbolo importante en el sur asiático. Pero, ¿qué exactamente simboliza esta rueda? Hablemos un poco de esto; así podremos abordar el tema de este blog, el cambio, con un enfoque distinto al occidental.

La rueda de la vida

Un concepto importante en varias religiones orientales, tales como el hinduismo, el budismo y el jainismo, es lo que se llama “la rueda de la vida”. En el sanscrito, la antigua lengua de la India, se llama dharmachakra. Tiene como símbolo una rueda, tal como la de los carruajes de antaño, con un eje central y ocho o más radios (ver imagen). Cada parte de esta rueda tiene su significado. En el budismo, la forma circular de la rueda simboliza la perfección de sus enseñanzas; el eje, la disciplina; los ocho radios representan el noble camino óctuple del budismo; etcétera. El movimiento de la rueda puede simbolizar varias cosas, tales como la progresiva extensión de las enseñanzas budistas por el mundo [1].

Blog 1902XX - Dharmachakra

En el hinduismo, la rueda de la vida tiene significados distintos. En la Mahabharata, uno de los principales textos del hinduismo, se dice de esta rueda – entre otras cosas – lo siguiente:

“Día y noche son las rotaciones de aquella rueda. (…) Gira continuamente y está desprovista de consciencia. Se mide en meses y quincenas. No es uniforme en el tiempo, y se desplaza por todos los mundos. (…) La fuerza de la pasión la mueve. (…) Gira en medio de dolor y destrucción. Es dotada de acciones y los instrumentos de acción. (…) Es producida por ignorancias varias. Es atendida por miedo y engaño, y es la causa del engaño de todos los seres. (…) Esta rueda de la vida que está asociada con pares de opuestos y es desprovista de consciencia – el universo con los verdaderos inmortales la debe desechar, abreviar, y mantener controlada. Aquella persona que siempre entiende precisamente el movimiento y las paradas de esta rueda de la vida, nunca será engañada entre todas las creaturas. Liberada de todas las impresiones, despojada de los pares de opuestos, redimida de todos los pecados, alcanzará la meta más alta” [2].

En el hinduismo, la rueda de la vida representa una vida dominada por los sentidos y las pasiones, con todas sus trampas y peligros. Por tanto, la rueda puede tener una connotación de ciclicidad: quien no logra tomar distancia de la vida material, dictada por las pasiones, se queda eternamente atrapado en las vueltas de la rueda de la vida. Pero la tarea de cada persona es justamente desprenderse de todo eso y alcanzar el universo espiritual.

Así que la ciclicidad que podría ser representada por la rueda de la vida, es relativa. El desarrollo espiritual del individuo permite escaparse a esto. Este desarrollo es fundamental, tanto en el hinduismo como en el budismo.

Así que desarrollo espiritual es clave. Consideremos, pues, una de las escuelas orientales más espirituales: el budismo Zen.

Zen y los Cuatro Sellos

El Zen es una corriente budista que nació en la China del siglo VII. Se caracteriza por el énfasis que pone en la meditación a fin de alcanzar la iluminación, el nirvana. Más que el estudio de escrituras sagradas, el Zen le da importancia a la experiencia personal como fuente del saber. Esta experiencia debe ser intuitiva, no racional, y por lo tanto las escuelas Zen desarrollaron técnicas de meditación para que el practicante del Zen logre “apagar” sus pensamientos (o, en general, el “ego”) y recibir impresiones que puedan ayudarle a acercarse al nirvana.

La esencia del budismo se puede resumir en tres principios o sellos (los sanbōin) [3]:

  • Shogyō mujō: todos los fenómenos son pasajeros.
  • Sangai kaiku: todo es sufrimiento.
  • Shohō muga: las cosas no tienen una existencia propia independiente.

Es posible añadir a la lista un cuarto principio, el cual varía según la corriente del budismo. La corriente del budismo mahayana (del cual desciende el Zen) lo formula así:

  • Shohō jissō: todas las cosas son lo que son.

Los principios que nos interesan en esta entrega, son shogyō mujō y shohō muga. El primero, shogyō mujō, se refiere a que todo lo que observamos, cambia. Está dirigido a restarle importancia al ego, recordándonos que todo es pasajero. No debemos apegarnos a nada, puesto que todo cambia y, al final, desaparece. El apego fortalece el ego. Si nos damos cuenta de que el cambio constante es justamente lo que caracteriza al universo, nos resultará más fácil perder nuestro apego a las cosas (y personas).

El segundo principio, shohō muga, indica que nada en el universo tiene propiedades fijas, intrínsecas (o sea, pertenecientes únicamente a ese objeto). Esto implica que no podemos tener un conocimiento racional de los objetos o las ideas, puesto que este conocimiento es nuestra creación: es una aproximación, una clasificación de los objetos e ideas según nuestra opinión. Nuestro ego determina cómo vemos las cosas, si las consideramos buenas o malas, mientras que no son ni una cosa ni la otra. Si logramos interiorizar que las propiedades de las cosas no son fijas, ni intrínsecas, y que por lo tanto cualquier apego (inclusive al nirvana) es equivocado, ya estamos reduciendo el poder de nuestro ego.

Este ejemplo nos ilustra como en el budismo Zen existe un claro sentimiento de cambio. Los elementos de nuestro universo no son inmutables, sino cambiantes. No existen situaciones estáticas, sólo dinámicas. El cambio domina todo, y no es un cambio cíclico, repetitivo tal como el representado por las vueltas de la rueda de la vida.

Un corolario de estos principios del budismo Zen es que el tiempo es un concepto clave. Examinemos esto un poco más de cerca.

Zen y el tiempo

Para el monje Dōgen (1200-1253), uno de los grandes maestros Zen japoneses, el tiempo va de la mano de la consciencia [4]. “Tiempo es existencia” escribió, “y existencia es tiempo”.  La consciencia, afirma Dōgen, equivale al tiempo: no sólo el presente, sino también el futuro y el pasado. En cada instante, el futuro y pasado son presentes también: “Cuando pensamos en el pasado y el futuro, están presentes un gran número de años. Ellos son el ahora. La naturaleza original del hombre es el ahora”. Así como cada momento abarca pasado y futuro, también lo abarca todo: “En cada momento se unen todas las existencias y todos los mundos”. El nirvana, nos enseña Dōgen, es el estado de identificación con todas las cosas en cada momento en todas partes.

En síntesis, el concepto del tiempo de Dōgen y su escuela Zen no es cíclico. De nuevo, vemos que pudiera haber ciclicidades aparentes en la vida de los seres no desarrollados, pero para quien busca la iluminación, siguiendo los caminos del budismo, los del hinduismo, o caminos distintos, el ahora incluye el pasado y el futuro. Sin embargo, el pasado y el futuro no son idénticos al ahora – y donde hay diferencias, hay cambio.

Zen y el pensamiento occidental

Este breve recorrido por las religiones orientales nos muestra que existen unos cuantos paralelos con el pensamiento occidental.

El énfasis que el Zen le pone en el concepto del cambio, nos recuerda a Heráclito de Éfeso, el filósofo griego del cambio, a quien se dedicó la entrega del 4 diciembre 2014 (Filosofía y el cambio: Heráclito de Éfeso). Dentro de la doctrina de Heráclito, uno de los aspectos más importantes se refiere a las permutaciones continuas que el filósofo percibió en todo cuanto le rodeaba. Su afirmación “no puedes bañarte dos veces en el mismo río”, y la famosa frase que se le atribuye, “panta rei, ouden menei” (todo fluye, nada permanece), evidencian, muy claramente, sus ideas. Para Heráclito, el cambio era la única cosa persistente.

Por otro lado, vimos que el hinduismo ve cierta ciclicidad en la vida de la gente común, dominada por sus impulsos y deseos. Este sentimiento de ciclicidad se impuso también en el occidente, después de la era de los grandes filósofos griegos. En la misma entrega del 4 diciembre 2014 hicimos referencia las famosas palabras de la Biblia (Eclesiastés, ó Qohelet, 1:9-10):

“… lo que pasará es lo que ya pasó, y todo lo que se hará ha sido ya hecho. ¡No hay nada nuevo bajo el sol! Si algo sucede y te dicen: “¡Mira, esto es nuevo!” no es así; las cosas que observan nuestros ojos ya pasaron en los siglos anteriores” [5].

Concluyendo, podemos aseverar que ciertos conceptos orientales tienen sus equivalentes en el pensamiento occidental. En este sentido, la diferencia entre occidente y oriente es menos grande de lo que a veces se piensa, y parece ser un poco exagerada aquella famosa frase del escritor inglés Rudyard Kipling (1865-1936), cuando escribió [6] «Oh, East is East, and West is West, and never the twain shall meet»: el este es el este y el oeste el oeste, y nunca los dos se encontrarán…

 

Esta entrega es una versión revisada de una entrega publicada en mi blog, ahora cerrado, “Tiempos de Cambio”.

Nota: la imagen en el encabezado muestra un detalle de una estatua de un Buda. Fuente: http://www.samvriti.com/2010/09/14/trilaksana.

 

[1]     Ver: https://es.wikipedia.org/wiki/Rueda_del_dharma.

[2]     Mahabharata, Aswamedha Parva, Sección XLV. http://www.hinduism.co.za/wheelof.htm

[3]     Uchiyama Roshi, K., 2004. Opening the hand of thought: foundations of Zen Buddhist practice (2a edición). Wisdom Publications.

[4]     Ohe, S., 1977. Time, temporality and freedom. En: Time and the philosophies; pág. 81-89. Unesco, París. Las citas vienen del libro más famoso de Dōgen: el Shōbōgenzō.

[5]     Biblia Latinoamericana, editorial San Pablo. www.sanpablo.es/biblia-latinoamericana/la-biblia/antiguo-testamento/introduccion-a-los-profetas/qohelet/1.

[6]     The ballad of East and West (1892).

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