Retomando nuestras aproximaciones al fenómeno del cambio, os invito a considerar las leyes de las ciencias. Vamos a estudiar el cambio en la sociedad utilizando tales leyes como metáfora, con el propósito de aclarar los procesos del cambio. Para este fin, nos servirán varias leyes de la física, la química y la termodinámica. En este post vamos a empezar con algunas de las leyes fundamentales formuladas por el físico inglés Isaac Newton (1642-1727). No deseo dar la impresión de que las leyes de las ciencias puedan regir los fenómenos humanos; lo que intento hacer es acercarme a los mismos utilizando estas leyes como un punto de partida, una metáfora.
Antes de empezar nuestra “evaluación” de las leyes de Newton, dejadme aclarar qué se entiende por una metáfora. Una metáfora es la aplicación de términos o expresiones a una situación o acción a la cual estos términos o expresiones no son aplicables literalmente, sino sólo figurativamente. O sea, en este post vamos aplicar las leyes de Newton, no a los objetos para los cuales fueron enunciadas, sino a la sociedad humana, utilizando las leyes de manera figurativa y no estrictamente literal.
Las leyes de Newton
En el año 1687, Newton publicó sus tres leyes universales del movimiento[1]:
- Primera Ley de Newton: “Ley de la Inercia”:
Todo cuerpo que se encuentra inmóvil o en un movimiento uniforme, continúa en ese estado de movimiento, a menos que no se le sea aplicada alguna fuerza externa.
- Segunda Ley de Newton: “Ley de la Fuerza”:
La relación entre la masa de un cuerpo (“m”), su aceleración (“a”) y la fuerza actuando sobre dicho cuerpo (“F”) es F = ma. La dirección de aceleración es idéntica a la dirección de la fuerza.
- Tercera Ley de Newton: “Ley de Acción y Reacción”:
Para cada fuerza que actúa sobre un cuerpo, éste realiza una fuerza igual pero de sentido opuesto sobre el cuerpo que la produjo.
La Primera Ley de Newton
Utilizando, pues, las leyes de Newton como metáfora para el cambio en nuestra sociedad, nos encontramos antes de todo con la Primera Ley, la Ley de la Inercia, que afirma una verdad fundamental: para que haya un cambio, se requiere alguna fuerza externa. Grupos de personas, o personas individualmente, tienen una marcada inercia: una tendencia a no cambiar sus hábitos y costumbres, a no ser que alguna influencia externa les obligue. La costumbre es bien poderosa: es muy cómodo seguir llevando a cabo nuestras actividades habituales en los lugares que tan bien conocemos. ¿Cuántas personas no conocemos que pasan sus vacaciones cada vez en el mismo lugar, que desayunan, almuerzan o cenan cada día de la misma manera, o que visitan siempre las mismas tiendas para sus compras? Asimismo, en la sociedad existen muchos grupos que difícilmente cambian sus hábitos – ciertas organizaciones religiosas, por ejemplo.
Por otro lado, la Primera Ley nos permite predecir que una persona o sociedad, una vez que haya embocado el camino del cambio, difícilmente volverá a un estado de inmutabilidad – aunque, tal como veremos en un futuro post, el cambio generalmente no es un fenómeno continuo, sino más bien episódico.
Obviamente existen ejemplos de personas y grupos que cambian continuamente, aun sin una obvia influencia externa. Se trata a menudo de grupos e individuos poco estables.
La Segunda Ley de Newton
La Segunda Ley pudiera parecer contradictoria al sentido común. Newton afirmó que cuando una fuerza actúa sobre en cuerpo, éste cambia de velocidad. O sea, si no actúa ninguna fuerza, tal como vimos en la Primera Ley, el cuerpo mantiene su velocidad (o, si su velocidad equivale a cero, el cuerpo se queda inmóvil). Con su Segunda Ley, Newton tomó distancia de Aristóteles, quien postuló que sólo hay movimiento si hay una fuerza, mientras que según Newton un cuerpo mantiene su movimiento a menos que actúe una fuerza, causando un cambio en la dirección y/o la velocidad del cuerpo.
La posición de Aristóteles es la que más se acerca al sentido común. Sin embargo, no considera el papel jugado por la fricción, que ralentiza los objetos en movimiento (ver abajo). Si se consideran todas las fuerzas actuando sobre un cuerpo, incluyendo a la fricción, son las leyes de Newton las que concuerdan con las observaciones.
La fricción, o rozamiento, es en la física la fuerza que frena cualquier movimiento. Si intento empujar una caja en el suelo de mi trastero para intentar (generalmente con poco éxito) organizarlo, el esfuerzo que tengo que hacer es para vencerle a la fricción causada por el roce del fondo de la caja contra el suelo. De hecho, si en lugar de desplazar un caja me hubiese tocado mover una silla con rueditas, mi tarea hubiera sido mucho más ligera puesto que las ruedas generan mucho menos fricción con el suelo. Pero aun así, si yo dejo de empujar la silla (o sea, dejo de ejercer una fuerza sobre ese cuerpo), la silla se moverá un poco más pero rápidamente se parará, como consecuencia de la fuerza de la fricción que contrarresta el movimiento de la silla. El único ambiente donde no actúa la fricción, es el vacío absoluto: un cuerpo que se desplaza en tal ambiente, mantendrá su velocidad puesto que no hay nada que lo pueda frenar mediante la fricción.
La fricción como metáfora
La fricción es una metáfora excelente para aquellas fuerzas que, en una sociedad o en el caso de un individuo, se oponen al cambio. Estas fuerzas pueden ser de distinta índole: la fuerza de la costumbre – como se dijo antes –, las tradiciones, la oposición de ciertas clases sociales que prefieren mantener el status quo, etcétera.
Vencer la fricción es el esfuerzo que se requiere para llevar a cabo algún cambio. En algunos casos, la fricción será baja, y se podrá realizar el cambio fácilmente, sin mucho esfuerzo ni grandes traumas: todo fluye. En otros casos, sin embargo, la fricción puede ser muy alta, y el esfuerzo requerido para que se de algún cambio puede ser extremadamente grande. Lo que puede pasar en este caso, es que cuando por fin se logre dar el cambio, éste sea más bien abrupto, fuerte y traumático.
Para poner esto de forma más concreta, pensemos en una sociedad con sus gobernadores, y veamos la figura arriba mostrada. En el caso de una sociedad con un gobierno que escucha los deseos del pueblo y entiende sus necesidades (se supone que los gobiernos democráticos deberían ser así), existen los mecanismos requeridos para que se puedan dar cambios: por ejemplo un mejor sistema de seguridad social, más autonomía para las regiones, o el reemplazo del gobierno de turno si no satisface los requerimientos del pueblo. En tal caso, se puede afirmar que la fricción interna del sistema es baja, de manera que permite movimientos, y que por lo tanto el cambio se da fácilmente y tiene una naturaleza relativamente gradual y evolutiva.
En el caso opuesto, de una sociedad con un gobierno autocrático, cuya principal preocupación es su poder y permanencia en el mismo (hoy día todavía existen gobiernos de este tipo), las cosas son muy distintas. Los mecanismos del estado son tales que suprimen cualquier demanda de cambio que pueda tener el pueblo, especialmente si se trata de asuntos como mayor autonomía, libertad de expresión o un cambio del partido en el poder. En este caso, para que se den cambios puede ser necesario un levantamiento popular, con o sin apoyo de militares descontentos, y pudiera fluir mucha sangre antes de conseguir el cambio (tal como ocurrió, desafortunadamente, en 1989 en la Rumania del dictador Nicolae Ceauşescu). En términos de fricción, entonces, se puede afirmar que debido a la alta fricción interna del sistema y la alta resistencia al cambio, es tan grande la fuerza necesaria para realizar cambios que, cuando por fin se dan, estos cambios van a ser bruscos, dolorosos, y revolucionarios más que evolutivos.
En el ámbito del individuo pasa algo parecido. Fata volentem ducunt, nolentem trahunt, dijeron los antiguos romanos: el destino conduce a quien consiente, pero arrastra a quien se resiste. Quien se opone a cambios en su manera de vivir, puede seguir felizmente en su patrón de vida por muchos años – pero cuando llega el momento en que el cambio se hace inevitable (la jubilación, una mudanza, una enfermedad), este tenderá a ser bastante traumático. Por otro lado, quien está abierto hacia el cambio en su vida, lo acepta y se adapta al mismo, de manera que no sólo lo sobrelleva con mayor facilidad sino que a menudo le saca provecho (ver mi post del 24 diciembre de 2014, sobre el individuo y el cambio).
La Tercera Ley de Newton
A veces los cambios en nuestro entorno son graduales y lentos: casi no se notan. Pero al volver, después de un rato, la vista atrás, uno se percata que las cosas sí cambiaron. Nosotros mismos cambiamos así, a lo largo de los años; o una ciudad, o el entorno social en el cual vivimos.
Otros cambios son de naturaleza muy distinta: son abruptos, grandes, y a menudo inesperados. Estos cambios ocurren también en nuestras vidas (por ejemplo, una enfermedad grave), en nuestra ciudad (por ejemplo, un ataque terrorista) o en nuestra sociedad (por ejemplo, una guerra).
Consideremos este último tipo de cambios. Nos serviremos de la tercera ley de Newton, la de acción y reacción. Vuelvo a aclarar que aquí no vamos a hablar mucho de fisica. Mi intención es estudiar el cambio en la sociedad utilizando las leyes de la física como metáfora, con el propósito de aclarar los procesos del cambio.
Acción y reacción
Una acción da origen a una reacción, o sea una fuerza en sentido contrario, con el fin de deshacer la acción original. Esto no sólo ocurre en el mundo de la física, sino también en el mundo humano. De hecho, a menudo se utiliza en los medios esta expresión para indicar que algo ocurrió en respuesta a cierta situación considerada desfavorable, de tendencia opuesta a la deseada.
Por lo tanto, son muchos los ejemplos que podemos encontrar para ilustrar el principio de “acción y reacción”. He aquí algunos que muestran cómo, cuando se da un fuerte movimiento en una dirección, puede ocurrir una reacción igualmente de fuerte pero en sentido contrario:
- La Reforma y la Contrarreforma. Cuando, al inicio del siglo XV, la Reforma Protestante le quitó a la Iglesia Católica la influencia y los fieles en grandes partes del centro y norte de Europa, esta reaccionó con vehemencia. Por un lado contraatacó, mediante la institución de la Inquisición, pero por otro se dio, en el seno de esa iglesia, un movimiento de renovación de la espiritualidad. Se dejaron de vender indulgencias, los papas se volvieron menos terrenales, y se fundaron varias órdenes religiosas renovadoras (p.ej. las de los jesuítas y de los capuchinos). La Iglesia no logró reconquistar mucho del terreno perdido, pero por lo menos recuperó algo de la espiritualidad que había perdido en los siglos anteriores.
- El auge del fascismo en Europa. En los años ’20 y ’30 del siglo pasado hubo un importante avance de las fuerzas políticas de la izquierda (incluyendo las comunistas). En varios países de Europa se instalaron gobiernos socialistas, a menudo con tendencias comunistas, o por lo menos el ímpetu de la izquierda era tal que muchos temían que podía tomar el control y llevar a los países a una revolución comunista tal como la rusa. Esto causó una fuerte reacción, primero en Italia con la llegada al poder del Duce Mussolini, después en otros países, tales como Alemania y España, con unas consecuencias harto conocidas.
- La Guerra Fría y el pacifismo. El belicismo de la posguerra y la amenaza de una guerra atómica condujeron en los años ’60 la nueva generación a abrazar una cultura de pacifismo y de maneras de vivir alternativas. Recuérdense las revueltas estudiantiles del ’68, los hippies, el flower power y el musical “Hair”.
- La primavera árabe. Desde finales de 2010 y la primavera de 2011 una oleada de protestas causó, en varios países árabes, la caída de presidentes autoritarios que, a menudo durante muchos años, habían gobernado con mano dura a sus respectivos países, impidiendo cualquier oposición. Muchos, tanto dentro como fuera del mundo árabe, aplaudieron este acontecimiento, esperando que la democracia que iba a reemplazar la dictadura iba a traer libertades tanto políticas como económicas. Pero en algunos países no fue así: la dictadura dio paso, no a libertad y democracia, sino a caos y una lucha interna armada. Como consecuencia, es probable que ahora se vaya a dar una reacción: que, de una manera u otra, volverán al poder hombres fuertes y autocráticos (y los que todavía están, se quedarán) para poner orden en sus respectivos países, con mano dura, sofocando la oposición.
- Los conversos a otra religión. Personas que han sido educadas en un ambiente religioso muy estricto y empiezan a rebelarse contra el mismo, cuando logran salir de ese ambiente religioso se vuelven ateos o se convierten a otra religión. En este último caso, a menudo las personas se ponen “más papista que el Papa”, o sea que casi fanáticamente se defienden de cualquier cosa que perciben como un ataque contra sus nuevas creencias.
El péndulo
Una analogía relacionada a la Tercera Ley de Newton, es la del péndulo. En la física, el péndulo es un sistema compuesto por una cuerda que cuelga de un punto fijo y puede oscilar libremente, con una masa atada a su extremo inferior. En un péndulo ideal, las oscilaciones tienen siempre la misma amplitud (es decir, alcanzan el mismo ángulo con respecto a la vertical), pero en el mundo real la amplitud se reduce poco a poco debido a la fricción, y después de cierta cantidad de oscilaciones el péndulo se parará, quedando en posición vertical (ver figura abajo).
A fin de hacer el salto de la física a la analogía, llamemos la posición vertical del péndulo la “situación de equilibrio”, mientras que la situación inicial, con una amplitud bastante grande, es obviamente una “situación fuera de equilibrio”. Al realizar media oscilación desde su situación inicial, en péndulo se encontrará en otra “situación fuera de equilibrio”, pero al lado opuesto y por la tanto de naturaleza opuesta a la situación inicial (ver la figura).
En los medios se hace, de vez en cuando, referencia al péndulo como analogía para situaciones en la sociedad humana. Aquí quiero traer a colación dos ejemplos de “péndulos”, en las cuales se trata de unas cuantas oscilaciones. El primer ejemplo es histórico: la Francia desde finales del siglo XVIII hasta finales del siglo XIX. El segundo ejemplo es de todos los tiempos: los vaivenes de la moda.
- La Revolución Francesa y sus consecuencias. A finales del siglo XVII, Francia tenía una monarquía absoluta, y un siglo después, una democracia. Pero en el interín ocurrieron muchos cambios. Veamos cuáles oscilaciones tuvo que dar el péndulo[2]:
- Final del siglo XVII: situación inicial: problemas económicos y hambruna bajo el rey Luís XVI.
- 1789: empieza la Revolución Francesa. Es la reacción del pueblo francés: el péndulo da su primera media oscilación. Inicialmente existe cierta democracia (la Primera República), pero pronto arranca el período del Terror (1793-1794) bajo el liderazgo de Robespierre y su guillotina, y empiezan tiempos de inestabilidad.
- 1799: golpe de estado del general Napoleón Bonaparte, con el fin de volver a la estabilidad. Napoleón inicialmente está contento del título republicano de Cónsul, pero en 1804 se autoproclama Emperador. Conquista grandes partes de Europa.
- 1815: Derrota definitiva de Napoleón en la batalla de Waterloo. Las potencias europeas reaccionaron contra el imperialismo francés, y el péndulo dio otra media oscilación. Se restaura la monarquía en Francia, bajo Luís XVIII. Esta época se caracteriza por ser muy conservadora; Carlos X (1824-1830) intenta volver a la monarquía absoluta.
- 1830: la Revolución de 1830 reinstaura la democracia, pero sigue la monarquía (bajo Louis-Philippe).
- 1848: la Revolución de 1848 acaba (temporalmente) con la monarquía, abriéndole paso a la Segunda República: el péndulo se desplaza hacia el liberalismo. Sin embargo, el primer presidente (electo democráticamente) es Louis Napoléon Bonaparte, un sobrino del primer Napoleón.
- 1851: sigue oscilando el péndulo, ahora hacia el lado conservador: Louis Napoléon da un autogolpe y se proclama emperador (Napoléon III).
- 1870: cae la Francia en la guerra contra Alemania, y con ella, Napoléon III. Nace la Tercera República. Sólo en este momento se tranquiliza el péndulo político en Francia, al quedar el país, desde ese momento, una república democrática.
- La moda. La moda, que como todos sabemos está sujeta a cambios continuos, también parece seguir a menudo la “Ley del Péndulo”, por ejemplo en cuanto se refiere a lo largo de las faldas, la anchura de los pantalones, o los colores: lo que pasa de moda suele volver después de cierto rato. Asimismo en el diseño industrial de objetos diversos, desde automóviles a tostadoras, las formas y los colores que estuvieron de moda hace años de repente vuelven a aparecer, algunas veces con variaciones importantes, otras veces como un look “retro” de pura cepa.
Conclusión
Utilizando como metáfora las leyes de la física, en este caso las de Newton, pudimos ver cómo los procesos de cambio, tanto a nivel de grupo como a nivel del individuo, pueden ser descritos en términos de inercia, fricción, y acción-reacción.
Lo arriba expuesto nos lleva a la filosofía. Al considerar el cambio en términos de acción y reacción, nos acercamos a la dialéctica desarrollada por el filósofo alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831), centrada en los principiós de tesis, antítesis y síntesis. Pero de ésta hablaremos en un próximo post.
Nota: este post es una versión modificada de un post publicado en mi blog, ahora cerrado, “Tiempos de Cambio”. La imagen en el encabezado muestra el péndulo de Foucault, en el Panteón de París. Fuente: https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Pendule_de_Foucault.jpg.
[1] Ver: https://es.wikipedia.org/wiki/Leyes_de_Newton.
[2] Ver por ejemplo: Brinton, C., 1938/1965. The anatomy of revolution. Vintage Books, Random House, New York.