Bella y la Bestia: la mirada puesta en lo bueno

Quizás hayáis visto la película La Bella y La Bestia de Disney. O mejor aun, leísteis el cuento tal como fue escrito originalmente en Francia en el siglo XVIII, por Gabrielle-Suzanne Barbot de Villeneuve primero, y por Jeanne-Marie Leprince de Beaumont después[1]. En tal caso, tal vez ya tenéis una idea de hacia dónde quiero llevaros hoy. Pero para los que desconocen el cuento, he aquí un breve resumen:

Bella es una joven que se encuentra prácticamente prisionera de la Bestia en su castillo. El trato es correcto aunque un poco brusco y la Bestia, sin duda alguna, fea. Sin embargo, la Bestia tiene sentimientos. Cuando Bella obtiene permiso de la Bestia de salir del castillo por una semana para atender a su padre enfermo pero no regresa a tiempo, la Bestia se enferma de tristeza. Bella finalmente vuelve al castillo y encuentra a la Bestia muriéndose por no poder vivir sin ella. Bella se da cuenta de haber comenzado a amarlo y llora por él. En ese instante, la Bestia se transforma en el joven y guapo príncipe que era de verdad, antes de que una bruja lo transformara en Bestia. Y obviamente los dos se casan y viven juntos y felices muchos, muchísimos años.

Este cuento se puede interpretar de varias maneras[2], pero la moral que interesa a nosotros es la siguiente: Lo malo sólo parece tal para quien no logra ver más allá de las aparencias. Veamos por qué.

Todo en el universo está sujeto a cambios. En la naturaleza y en lo humano, el cambio es la regla, no la excepción. Si miramos alrededor de nosotros, no hace falta buscar muy lejos para ver cómo han cambiado las cosas, cómo están cambiando y cómo seguirán haciéndolo. Nos costaría encontrar algo que no esté sujeto a cambios. Obviamente, tenemos la costumbre de juzgar estos cambios como positivos, negativos, o quizás neutros.

Lo nuevo no es necesariamente bueno por ser nuevo, ni lo viejo malo por ser viejo – pero lo opuesto tampoco es seguro.

¿Cómo decidir si un cambio es bueno o malo? Hay algo bueno en todo lo que parece malo, y por el contrario, en lo bueno puede haber algo de malo. Desaparecieron los dinosaurios de la faz de la tierra, dando paso a los mamíferos. Sucumbieron los romanos, cuyo imperio había decaído, pero desde sus cenizas se levantaron civilizaciones nuevas. En una persona, una enfermedad tal como un infarto pudiera parecer una experiencia negativa, pero también es una lección, tanto para ella misma como para quienes la rodean, e impulsa a mejorar, en el futuro, el cuidado del cuerpo y de la calidad de vida. Por lo tanto, conviene mantener una actitud positiva hacia el cambio y ver lo bueno que hay en él. Muchas variaciones que parecen ser negativas, pueden dar origen a algo nuevo, algo mejor. Por otra parte, muchos cambios parecen serlo y no lo son, como es el caso de los cambios aparentes, gattopardianos, mencionados en mi post del 11 octubre.

La percepción de que un cambio es bueno o malo, también es relativa: lo que parece bien a uno, puede parecer malo a otro. La gente flexible acepta mejor las nuevas situaciones que la inflexible, y se adapta a ellas con mayor facilidad y naturalidad. Son los flexibles quienes sobreviven, adaptándose y cambiando ellos también. Los inflexibles, los rígidos, se fosilizan y se quedan atrás. Ejemplos de estos últimos son aquellas personas inseguras quienes se agarran a alguna certeza para mantenerse a flote, convirtiéndose así en radicales y ortodoxos, social o religiosamente. La inflexibilidad también aqueja a aquellos que se han convertido en esclavos de sus rutinas.

Las personas más exitosas son aquellas que saben adaptarse a los cambios ocurridos en su entorno. Y, a nivel de las sociedades humanas, las más exitosas son las que están abiertas hacia el influjo de personas y/o ideas externas, mientras que las sociedades rígidas se atrofiarán y, tarde o temprano, perecerán. Países que se aíslan, tales como Corea del Norte o la Albania de los tiempos de Enver Hoxha, pierden en gran medida la oportunidad de cambiar, crecer y desarrollarse.

Enfocado de tal manera, un individuo no tiene que sentirse víctima de los cambios: más bien, debe considerarlos como oportunidades para mejorar su situación. Como en el caso de Bella y la Bestia, lo malo sólo parece tal para quien no logra ver más allá de las aparencias.

Nota: este post fue publicado originalmente, en versión ligeramente distinta, en mi blog – ahora cerrado – “Tiempos de Cambio”. La imagen que acompaña el post, “Beauty and the Beast”, es de la mano de la ilustradora escocesa Anne Anderson (1874-1930). Fuente: http://commons.wikimedia.org/wiki/File:Anne_Anderson05.jpg.

 

[1] Ver: http://es.wikipedia.org/wiki/La_Bella_y_la_Bestia.

[2] Henderson, J.L., 1964. Ancient myths and modern man. En: C.G. Jung (Ed.), Man and his symbols; pp. 95-156. Aldus Books, London.

Un comentario en “Bella y la Bestia: la mirada puesta en lo bueno

  1. Me recordé de este cuento Oriental (Tao):

    «Un día llegó un hijo a su casa muy contento. Llamó a su padre y le dijo lleno de alegría:
    – Mira, papá, que cosa tan expléndida. Me han regalado un caballo. ¿No te parece una buena noticia?
    Su padre contestó:
    – Buena o mala, solo tiempo lo dirá.

    El hijo salió muy contento pero quedó algo contrariado. ¿Por qué no iba a ser bueno ese regalo?

    Un día que lo estaba montando, el hijo se cayó del caballo fracturándose una pierna. En su casa se lamentaba y decía su padre:
    – Que mala suerte he tenidol. Tenías razón, el caballo no me ha traído nada bueno.
    Y al oírlo, su padre replicó:
    – Yo nunca dije que el regalo del caballo fuese bueno o malo, respecto a la mala suerte que dices tener ahora, Buena o mala, solo tiempo lo dirá.

    Una vez más, el hijo se sintió confuso ante la respuesta de su padre, pero esta vez no dudaba de que el hecho de haberse caído del caballo y fracturarse una pierna hubiese sido algo realmente malo para él.

    Quiso el destino que en pocos días el país en el que vivían entrase en una guerra con otro país vecino. Cuando los soldados enviados para reclutar a los jóvenes del país llegaron a casa del muchacho y lo vieron con la pierna escayolada, pasaron de largo. El hijo, muy contento, dijo a su padre:
    – Vaya, pues al final va a resultar que ha sido bueno que me haya roto la pierna. Me he librado de ir a la guerra.

    Y una vez más, su padre contestó:
    – Buena o mala, solo tiempo lo dirá.»

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