El Taller: una escuela democrática holandesa en tiempos de guerra – por P.W. Pestman

El cambio es un tema que abarca todos los aspectos de la naturaleza y la vida humana. En nuestra sociedad el cambio es continuo, a pesar de las fuerzas conservadoras que a veces intentan pararlo. En España y otros países se está dando en estos tiempos un debate acerca del cambio en la educación primaria y secundaria, en el que se contrastan distintos modelos, incluyendo los del norte de Europa. Este blog, dedicado como está al cambio y la evolución, en todas sus facetas, puede ser una plataforma para lanzar algunos puntos de vista fundamentados en una perspectiva histórica, entendiéndose la palabra “historia” no sólo como la de la especie humana, sino de la vida en general.

La contribución de hoy no es de mi mano, sino de la de mi recordado padre, P.W. Pestman (1933-2010), quien describió en un ensayo sus experiencias de niño en una escuela especial en los Países Bajos, hacia mediados del siglo pasado. Esta escuela, llamada “De Werkplaats”, o sea, El Taller (todavía existe), era una escuela democrática, personalizada, basada en valores de solidaridad y respeto[i]. A continuación os ofrezco – en traducción y con algunas notas al final, de mi mano – el ensayo de mi padre. ¿Pudiera servir esta escuela como inspiración para un modelo distinto de educación infantil, primaria y hasta secundaria?

Kees Boeke y la creación de El Taller

El 31 de enero de 1938 nos mudamos a Bilthoven[ii] (que se encontraba llena de banderas y de fiesta, debido al nacimiento de la princesa Beatriz). Mis padres buscaron allí para sus hijos una «buena» escuela, una escuela que no fuera autoritaria. Pusieron la vista en «El Taller» de Kees Boeke (1884-1966). Esta era una escuela muy especial, porque muy especial era también la personalidad de Kees Boeke, quien era ingeniero de profesión (se graduó en Delft, y escribió una tesis doctoral en el University College de Londres), pero además era un músico por naturaleza, un excelente didáctico y un matemático brillante[iii].

Cuando trabajó en Londres para su tesis asistía a reuniones de los cuáqueros[iv] y se convirtió en un cuáquero. Allí conoció a su esposa Betty, también una cuáquera convencida. Eran, como tal, opuestos a toda violencia, pacifistas, y contra el capitalismo. Este último es interesante porque la esposa de Kees perteneció a la familia rica de los Cadbury (de la fábrica de chocolate de ese nombre). Ella sentía que no tenía ningún derecho a las acciones y los ingresos de la fábrica, sino que ese derecho lo tenían los que trabajaban en la fábrica. Ella renunció a sus derechos.

Poco después de su matrimonio fueron enviados al Oriente Medio, donde nombraron a Kees Boeke jefe de una escuela de la misión de los cuáqueros[v] en Brummana (entonces ubicada en Siria, ahora en Líbano).

Con el estallido de la Primera Guerra Mundial regresaron a Inglaterra, donde Kees Boeke trabajó como profesor en una escuela cuáquera. Durante ciertas clases de la Biblia habló con sus estudiantes sobre el significado de, entre otras cosas, la frase «amad a vuestros enemigos…”[vi]. Los padres consideraron que tenía una mala influencia sobre sus hijos (¡desde la época de Sócrates no había cambiado mucho!) y fue despedido. Luego habló en las reuniones en el país sobre su aversión a la violencia.

Esto, naturalmente, lo puso en conflicto con el gobierno británico porque en aquellos tiempos el país se vio envuelto en una horrible guerra con los alemanes. Fue convocado a la corte por «expresiones sediciosas que eran perjudiciales para la moral del ejército». Se le dio seis semanas de prisión y fue deportado como un «extranjero indeseable».

De vuelta en los Países Bajos continuó sus actividades pacifistas sin cesar. Tenía un gran grupo de amigos y personas afines, y su casa siempre estaba llena de huéspedes. Tenía una gran admiración por Gandhi y sus esfuerzos no violentos para la liberación de la India británica.

Kees Boeke creía en la bondad de la gente y organizó muchas conferencias internacionales, entre ellas, en 1923, una semana de reconciliación franco-alemana. Compuso para la ocasión una canción para cantar juntos, «Los pueblos de la tierra.»

LOS PUEBLOS DE LA TIERRA

Los pueblos de la tierra, / están esperando por nosotros, / hasta que nos encontremos otra vez, / hasta que las campanas de la paz de todo el mundo / suenen de nuevo en los vientos. / Olvidemos entonces todo odio y envidia, / ven, juntemos nuestras manos, / y trabajemos con alegría y vigor / por la paz en todos los países.

Posteriormente, Kees Boeke escribió con regularidad canciones para cantar juntos en El Taller. «Los pueblos de la tierra» se incluyó en el repertorio permanente de canciones de Kees Boeke. Adquirió un significado especial para nosotros en la Segunda Guerra Mundial.

Su rechazo por principio de cualquier forma de violencia puso a Kees Boeke también en conflicto con el gobierno holandés. Él se había opuesto a que parte de sus impuestos estuvieran destinados a la defensa. Por lo tanto, informó a la reina y algunas autoridades que deseaba destinar esa parte a «un propósito social positivo». Cuando se dio cuenta de que su dinero fue aceptado, pero que no fue utilizado para este propósito, deducía inicialmente esa parte de su impuesto y más tarde se negó por completo a pagar impuestos. Esto condujo a la venta pública de sus pertenencias y, finalmente, a su quiebra. Pero había más causas de conflicto; por lo tanto es extraño que Kees Boeke recibiera, al cumplir setenta años, una condecoración real en la presencia de varios ministros.

En última instancia, esta cuestión fiscal dio lugar a la creación de «El Taller». Inicialmente sus hijos habían ido a la Escuela Montessori en Bilthoven y él había pagado la matrícula de la escuela. Pero cuando la matrícula iba a ser pagada por las autoridades con fondos provenientes de los impuestos, sacó a sus hijos de esta escuela (porque no pagaba impuestos) y comenzó en el año 1926 su propia escuela, con sus hijos y algunos hijos de amigos. Por supuesto esto no estaba permitido, pero después de algunas discusiones, la escuela fue (de acuerdo a la costumbre holandesa), no reconocida, sino «tolerada». Inicialmente la escuela funcionó en casas particulares, pero pronto el número de alumnos había crecido tanto que hubo que construir un edificio propio. Este edificio, completamente adaptado a las necesidades específicas de esta escuela, se inauguró en 1929.

Trabajar en El Taller

Kees Boeke trató de realizar sus ideales en la escuela. Quería enseñarnos a pensar y trabajar de manera autónoma: nos llamaba «trabajadores” y a los profesores que tenían que ayudarnos en esto, los «colaboradores». Quería deshacerse del sistema rígido de enseñanza en clases y diseñó un sistema de educación individualizada. Diseñó muchas herramientas didácticas para fomentar el aprendizaje autónomo.

Vincent Icke llamó[vii] Kees Boeke «un didáctico brillante» y llamó una «obra maestra» su método para aclarar «con las potencias de diez» la escala del sistema solar, desde una caja de cerillas al planeta más lejano[viii]. Nos dieron clases en grupos pequeños, y vimos una materia sólo cuando estábamos listos para ella porque no tenía sentido hacer cursar a los niños una materia para la que aun no estaban preparados. Yo mismo empecé bastante tarde con las matemáticas, pero cuando estuve listo para ellas las he cursado con mucho gusto y muy rápidamente pude recuperar mi retraso inicial. Escribí hace tiempo, en retrospectiva, estar muy satisfecho con este sistema: «Tenías, por ejemplo, historia en un pequeño grupo de niños que estaban interesados en esa materia, y por lo tanto trabajaban más rápidamente y se podía entrar más profundamente en la materia. Además, se estaba con otros niños en otras materias. Esta variación era muy agradable.» Más tarde me di cuenta de la diferencia con el sistema de enseñanza en clases, cuando llegué en cuarto año de secundaria a una escuela «normal» donde daban notas según el rendimiento (algo que Kees Boeke detestaba). Para todas las pruebas de matemáticas había obtenido un 10 (el curso acelerado en El Taller había dado sus frutos), pero en mi boletín de notas recibí un 9. Me pareció que era extraño y, a raíz mi pasado sin notas, pedí una explicación. El profesor dijo que la materia no había sido bastante difícil, y que por eso yo no pude demostrar que de verdad valía un 10. Cuando yo, con mi educación en El Taller, dije que tenía que haberme dado la oportunidad de demostrar precisamente eso, respondió de manera cortante que eso no era posible. Fue un choque de dos enfoques.

Volvamos al Taller. Disfrutamos de la naturaleza, los bosques al lado de la escuela y el laguito con plantas carnívoras. Aprendí a identificar las plantas mediante una flora, y distinguir bacterias con un microscopio. Aprendí a elaborar cerámica con arcilla, modelar con cartón, utilizar sierras de calar, e imprimir y encuadernar libros. Kees Boeke opinaba que el trabajo manual era bueno para el desarrollo del niño, y tenía razón: es maravilloso elaborar algo con las propias manos (aunque no lo logré todo: no era capaz de elaborar cerámica con una placa giratoria, y tampoco se me dio la carpintería).

El sistema educativo se completó con «grupos de tutoría». Todos los trabajadores se dividieron aleatoriamente en grupos que vinieron bajo la guía de un colaborador que actuaba como tutor de sus alumnos. Era él quien tenía una visión completa de las actividades de cada uno de sus alumnos. Hacía el seguimiento de sus progresos y les daba apoyo donde fuera necesario. Era un buen sistema aunque a veces la atención de los tutores se dirigía demasiado hacia aquellos trabajadores que necesitaban atención, a expensas de los demás. Los grupos de tutoría se reunían a diario (excepto los lunes), antes de que comenzaran las clases. Los grupos eran muy variados, dependiendo de la naturaleza del tutor: con algunos tutores los trabajadores sólo estaban estudiando, mientras yo tuve la suerte de encontrarme en un grupo muy alegre, con un tutor muy sabio quien nos dio muchas enseñanzas para la vida.

Había muchas actividades conjuntas, lo que era bueno para nuestro sentido de comunidad. Así empezábamos la semana todos juntos en la sala del Taller. En este “inicio de la semana” se daban informaciones de interés para todos. Teníamos la oportunidad de mostrar algo de nosotros mismos, para presentar una breve obra de teatro, por ejemplo. Recuerdo bien que, como un niño de ocho años, estuve en el podio con varios compañeros con un turbante en la cabeza para la puesta en escena de «Abu Qasim», una obra de teatro con canciones. Me dio cierto temor hacerlo, pero fue una gran experiencia.

Durante los “inicios de la semana” se cantaba siempre juntos algunas de las canciones compuestas por Kees Boeke. Nosotros mismos escogíamos cuáles queríamos cantar. Nuestra elección fue a menudo «Estoy tan contento»:

ESTOY TAN CONTENTO

¡Estoy tan contento que en mi vida / haya tantas cosas buenas! / Y cuando canto parece apartarse / toda sensación de miedo y dolor. / Es como si un sonido de alabanza y gracias / permeara todas las cosas / y reinara la alegría en la tierra.

¡Canta conmigo! ¡Venid a cantar todos ahora! / Cantar juntos hace bien. / Es algo en nosotros, profundo en nuestro corazón / que a veces nos hace cantar. / Alegre y vigoroso, jubiloso y poderoso / suene nuestro canto, / durante toda nuestra vida.

Y siempre cuando tuvo la oportunidad, Kees Boeke cogía su violín para acompañarnos. De esta manera era siempre muy festivo empezar la semana con nuestro «inicio de semana”.

En el periódico De Volkskrant del 11 de marzo de 2003 leemos que “Kees Boeke era un excelente violinista y como pasatiempo componía música». Esto a raíz de un manuscrito suyo de una sonata para violín que impensadamente había aparecido. Era muy musical y, por lo tanto, no es de extrañar que la música ocupara un lugar especial en la escuela. Una vez a la semana teníamos «coro» (como lo llamamos), otra actividad conjunta, una que era muy importante para nosotros. En su momento escribí “para muchos ‘coro’ era el punto culminante de la semana». Durante esta actividad practicábamos bajo el liderazgo inspirador de Kees Boeke las corales de una pieza musical, con cada año como culminación la Pasión según San Mateo, de Bach. Al inicio de la Semana Santa se presentaba la pieza entera al público junto con solistas y músicos de renombre (que trabajaban pro bono por el carácter especial de las presentaciones). Eso era memorable. Kees Boeke lograba hacernos sentir la tensión dramática de la obra y expresarla. Todavía siento esa tensión de inmediato, al escuchar las primeras notas del coro inicial.

Juntos éramos responsables de la escuela. Esto significa, por ejemplo, que nosotros, de acuerdo con un programa preparado por nosotros mismos, limpiábamos la escuela todos los días y, al final de cada trimestre, le hacíamos una limpieza profunda y lavábamos las ventanas. Además, hubo una vez al mes una reunión donde hablábamos acerca de varios tópicos y tomábamos decisiones sobre la gestión de la escuela. Estas decisiones tenían que ser tomadas por unanimidad, de acuerdo con la usanza cuáquera (pero el consenso ya era un requerido en los Estados Generales[ix] en el siglo XVI): todos tenían que estar de acuerdo con una propuesta; quien no lo estaba, tenía que ser convencido. Kees Boeke tenía una aversión a la toma de decisiones por mayoría de votos, ya que era posible que la minoría tenía la razón.

Tiempos de guerra

Mientras tanto habían cambiado muchas cosas en el mundo. Después de la llegada de Hitler al poder en Alemania vinieron a los Países Bajos muchos refugiados, judíos y otros, ya sea para permanecer o en tránsito a lugares más seguros. En un momento dado, Holanda cerró la frontera, creo que fue en 1938, porque fue cuando Kees Boeke compuso la canción «Abrid las fronteras»:

ABRID LAS FRONTERAS

Abrid las fronteras, abridlas de par en par. / Holanda, ábrete a todo quien sufra. / Así siempre ha sido. / Así ha sido tradicionalmente el espíritu holandés.

Si Jesús estuviera un día en la frontera, / sin papeles, sólo un hombre. / ¿Le dirías, muérete, / eres un forastero, un refugiado, un judío?

Durante los años de la guerra 1940-1945 no fue posible cantar esta canción en El Taller, y luego no tenía mucho sentido. Que yo sepa, no fue incluida en el repertorio permanente de canciones del Taller.

No estaba en la naturaleza del Taller observar la situación de forma pasiva. El 21 de noviembre se convocó una reunión. «La Abeja» (la revista de la escuela) informó acerca de esto el 22 de diciembre bajo el título «Acción de la juventud para la asistencia a los refugiados judíos»: el objetivo de la reunión fue de “comprobar si había algo que podíamos hacer. Durante esta discusión surgió la idea de que podríamos tomar la iniciativa para una acción de la juventud, y decidimos crearla».

Todos se esforzaron mucho, sobre todo los trabajadores. Se distribuyeron un manifiesto (45.000 copias), pancartas y el texto de la canción «Abrid las fronteras», que fue impreso en su totalidad por muchos periódicos. El 3 de diciembre se llevó a cabo una colecta nacional. El 22 de diciembre había 44 grupos locales, en los que «cooperaban jóvenes de todos los ámbitos.»

El estallido de la Segunda Guerra Mundial fue para Kees Boeke una gran decepción. Desde la Primera Guerra Mundial había hecho campaña por «no más guerra», por la paz y la cooperación entre los pueblos. Pero seguía manteniendo esperanza, y plasmó esta esperanza, como de costumbre, en una canción que, esta sí, se incluyó en el repertorio permanente de las canciones de El Taller, a menudo cantada por nosotros de manera entusiasta:

ESPERANZA

En tiempos de emergencia, cuando se alejan las ayudas, / brilla a veces un rayo de esperanza en nuestros corazones. / Mantened abierto el corazón, entonces, dejad brillar estos rayos, / ya que si se prohíben, aumenta el dolor.

Incluso cuando parece que todo está perdido, / Que la humanidad degenera y reina la crueldad, / permanece, oculto en el ser de todos, / el impulso hacia lo Alto que convierte los corazones.

Podemos confiar en lo bueno en las personas, / por más que el mal todavía los cubra. / Por lo tanto, al trabajo, con fuerza y perseverancia, / hasta que el sol vuelva a despertar una vida nueva.

En los primeros años de la guerra me afectó especialmente la persecución de los judíos. Teníamos en la escuela una cantidad más o menos importante de niños judíos (debido en parte a la acción de los jóvenes de 1938). Una de ellos era mi amiguita Hansje Cohen. Ella vivía con sus padres cerca de nosotros. Una mañana fría a principios de 1942 escuchamos a través del “telégrafo subterráneo” que aquella familia había sido “recogida” durante la noche por los alemanes (nosotros no habíamos escuchado nada). Estaba furioso, especialmente cuando al día siguiente holandeses “malos” (que colaboraban con el enemigo) se apropiaron, sin vergüenza alguna, de la casa con todos los enseres. (Al terminar la guerra, se escabulleron.) Al principio pensé que Hansje volvería rápidamente, o tal vez después de la guerra, pero mi madre dijo: «No, ella no va a volver, ni siquiera después de la guerra; olvídate de Hansje». Eso quedó claro; que nadie intente hacer creer que los holandeses no sabían que muchos judíos no volverían más. De hecho, Hansje Cohen y sus padres no volvieron. Pasaba a diario frente su casa y siempre pensaba en ellos.

Otros niños judíos que estaban en El Taller con nombres judíos, así como los hijos de padres que estaban en la resistencia y otras personas que corrían peligro, desaparecieron silenciosamente de la escuela y se ocultaron en algún lugar. Después nos dimos cuenta de que la escuela era un foco de la resistencia. Uno de los empleados fue una figura destacada de la resistencia en la región y otro, Joop Westerweel (la mano derecha de Kees Boeke), condujo varios grupos de niños judíos a través del territorio ocupado de Bélgica y Francia y por los Pirineos hasta ponerlos en seguridad. Los transportes iban bien hasta que una vez fue capturado en la frontera española. Fue llevado a Vught[x], torturado y ejecutado sin haber traicionado a la red de la resistencia. En Israel le dieron su nombre a un bosque en memoria de él.

En enero de 1943, el edificio de la escuela fue requisado por los alemanes. Estábamos acostumbrados a organizarnos velozmente y ayudarnos mutuamente. En poco tiempo, todos los trabajadores fueron alojados en algún lugar con mesas, sillas y materiales de enseñanza y las lecciones pudieron continuar normalmente, pero el centro de nuestra comunidad lo habíamos perdido.

Los más jóvenes se ubicaron en el mirador de casa Pestman. No había calefacción (ya no había combustible para nuestro sistema de calefacción central) pero se encontró en algún lugar una estufa de carbón para el mirador, con un tubo a través de una ventana y algo de carbón en una caja detrás de nuestra casa; mesas y sillas del Taller y en pocos días todo estaba listo.

Yo mismo estaba en un grupo que se le acomodó en la escuela católica (al lado del ferrocarril Utrecht-Amersfoort, dirección Alemania, que pronto empezó a ser bombardeado con regularidad: ¡muy peligroso!). Nos dijeron de antemano que teníamos que comportarnos correctamente porque estábamos allí como huéspedes. No podíamos dar ofensa. Eso fue bastante difícil porque había ahora, bajo el mismo techo, dos polos completamente opuestos de la educación – «autoritaria» y «libre». Para toda seguridad no teníamos patio a la misma hora. En realidad, nos pasábamos de alto.

Un día, cuando estábamos jugando entre los arbustos cerca de la escuela, vimos a un hombre en un hoyo, escondido bajo una gran cantidad de ramas. Se llevó un dedo a la boca en señal de que no lo debíamos traicionar. Cuando, unos momentos después, apareció un grupo de soldados alemanes con las pistolas desenfundadas, preguntando si habíamos visto a un fugitivo, nos hicimos – como si lo hubiéramos acordado con antelación – los tontos y nos pusimos a jugar cerca del hoyo, de manera ruidosa (y molesta para los alemanes): no teníamos ninguna duda de que era un holandés «bueno».

La única actividad común que teníamos era «coro». Esta tuvo lugar en el Hotel de Leijen, también un lugar peligroso: el hotel estaba en el cruce de dos carreteras estratégicas y la villa frente al hotel ya había sido arrasada por las bombas. Ensayamos allí, como si nada estuviera pasando, para la presentación anual de la Pasión según San Mateo. Una vez que aviones estaban disparando al cruce, Kees Boeke continuó imperturbable y comenzó un canto coral apropiado. Cuando la situación volvió a la tranquilidad salimos del hotel (como si hubiéramos esperado el final de una lluvia) y nos dirigimos a los distintos lugares en los que teníamos lecciones. En la calle, cerca del hotel, recogí un pedazo de una granada.

Poco antes de Pascua se dio la representación de la «San Mateo», esta vez en la iglesia católica (al lado de la misma línea ferroviaria peligrosa) que había sido puesta a nuestra disposición para esta ocasión especial. (Esa es una de las impresiones que me recuerdo de la guerra: la solidaridad y el apoyo mutuo.) Al final de la actuación, que me pareció muy impresionante, nos advirtieron que los soldados alemanes se habían posicionado en la entrada de la iglesia para recoger a nuestros muchachos mayores y los hombres adultos[xi]. Afortunadamente pudieron escapar desapercibidos por la puerta trasera, a través de la parroquia. Nos quedamos sin palabras acerca de esa acción de los alemanes en la iglesia, y en la presentación de una pieza como la Pasión según San Mateo, justo antes de Pascua.

En otra oportunidad, los alemanes detuvieron a uno de los trabajadores, un joven alemán (de «pura raza aria») que se había ocultado en Holanda, porque no había cumplido su servicio militar. Fue puesto en un transporte a Alemania, pero cerca de la frontera alemana logró escapar del tren en movimiento. Le dispararon y le hirieron, pero pudo regresar al Taller.

Eran tiempos aterradores.

De campamento

Una vez cada tres años, teníamos un «campamento de trabajo». En estas ocasiones íbamos todos afuera durante un par de semanas, de acuerdo con el ideal de Kees Boeke, para pasar un rato juntos. Las lecciones continuaban y, como de costumbre, nos encargamos, cada uno según su capacidad, de los asuntos domésticos. En 1941 estuvimos en Putten (yo era demasiado joven para recordármelo mucho), y en 1944 íbamos a ir a Mosterdveen (cerca de Nunspeet[xii]). Sin embargo, había un problema. Hubo un hervidero de rumores sobre la inminente invasión de los aliados. Todo tipo de posibles lugares de aterrizaje fueron mencionados y uno de ellos fue el Veluwe[xiii], o sea, cerca de Mosterdveen. (Estratégicamente, por supuesto, una idea absurda.) Muchos padres consideraron que era irresponsable dejar que sus hijos se fueran lejos de casa en esos tiempos peligrosos (y tenían razón). También mis padres pensaron que era demasiado peligroso, pero Kees Boeke vino personalmente a nuestra casa para persuadirlos. El campamento en sí no fue un éxito. Trabajamos y dormimos en barracas alrededor de un laguito, pero no se nos permitió salir de las instalaciones y por lo tanto no pudimos disfrutar de la naturaleza. Hacía frío, estaba lloviendo continuamente y había poca comida. El campamento tuvo que ser terminado de manera anticipada debido a las duras condiciones y el peligro inminente.

Pero el viaje de ida fue una aventura emocionante. Íbamos a poder viajar con autobuses que iban hacia el norte para traer alemanes. Debido a que los autobuses salían vacíos pudimos montarnos nosotros. Sin embargo, había dos limitaciones. Los autobuses no podían llevarnos hasta Mosterdveen: tendríamos que caminar el último tramo (que no era fácil con nuestro equipaje; sólo para el equipaje de los más jóvenes se había encontrado un transporte primitivo). Además, los autobuses tendrían que desplazarse durante la noche debido a los ataques aéreos. Eso fue un problema para nosotros porque a los ciudadanos no se les permitía salir a la calle después de la puesta del sol. Por lo tanto, nos reunimos la tarde anterior en un lugar donde podríamos pasar la noche despiertos esperando los autobuses. Se había encontrado espacio en el edificio de Heijbroek[xiv], justo al lado de la estación de Bilthoven. (¡Un lugar más peligroso es difícilmente imaginable!) En el primer piso había una sala que podía ser oscurecida (por órdenes de los alemanes, todo el país tenía que ser oscurecido por la noche para evitar ataques aéreos). Allí pasamos juntos el tiempo de manera muy amena, luchando contra el sueño (sólo se les permitió dormir a los más pequeños, en la sala de emergencia adyacente). No podíamos hacer mucho ruido para no atraer la atención de los alemanes – que nos descubrieron de todos modos debido a que algunos de nosotros se habían parado en la puerta exterior abierta, para respirar un poco de aire fresco contra el sueño. Por suerte todo terminó bien, presumiblemente porque entendieron que no éramos combatientes de la resistencia que querían sabotear la estación. En el medio de la noche llegaron los autobuses, pintados en verde militar y (algo que nunca habíamos visto) los faros oscurecidos. Era noche cerrada en el autobús y en el paisaje que nos rodeaba, por lo que nos quedamos dormidos automáticamente durante el viaje.

En septiembre de 1944 empezó el nuevo año escolar. El número de trabajadores y colaboradores había caído en picado. Por la huelga de trenes Bilthoven se había vuelto inaccesible para los muchos niños que venían a nuestro centro de otros pueblos; además, los chicos mayores y el personal masculino ya no osaban ir por las calles en Bilthoven, porque, si quedaban detenidos, serían llevados a Alemania para trabajar como trabajadores forzosos en la industria de guerra. Dentro de Bilthoven tampoco fue fácil para los otros ir a la escuela porque, sobre todo en los turbulentos meses de septiembre y octubre, los alemanes querían huir ansiosos a Alemania y, por lo tanto, requisaron ávidamente bicicletas. Decíamos entonces que, después de los cohetes V-1 y V-2, el arma secreta de Hitler era el V-algo (en holandés: V-iets, de fiets = bicicleta). (Hitler mantuvo quieto al pueblo diciendo que tenía un arma secreta que les proporcionaría a los alemanes la «victoria final».) Con un pequeño grupo de trabajadores se continuó la escuela, dentro de muchas limitaciones, en la sala de estar trasera en la casa de un colaborador. Eso implicaba para mí una caminata larga. En aquel invierno frío con mucha nieve y hielo, hice en repetidas ocasiones el paseo patinando cómodamente sobre las carreteras heladas.

La posguerra

Fuimos liberados el 5 de mayo 1945, y poco después nos reunimos todos (en la misma sala cerca de la estación donde tuvimos que pasar la noche un año antes). Resultó ser un grupo sorprendentemente grande. Todos estábamos un poco excitados, contentos y agradecidos. El punto culminante llegó cuando Kees Boeke informó que entre nosotros había niños judíos que estaban en nuestra escuela en la clandestinidad, bajo un nombre diferente, y que así habían sobrevivido a la guerra. Resultaron ser muchos. Uno tras otro se levantó para decir su nombre real. Fue una reunión inolvidable. De uno de ellos sabía que se estaba ocultando (su nombre real no lo conocía), un chico con el que había compartido mucho durante la guerra. Cuando le pregunté una vez por qué no se había ido a su casa en las vacaciones (al igual que otros niños de fuera de Bilthoven que se encontraban en uno de los internados), me dijo, hesitando, que su madre se encontraba «muy enferma» en Alemania, en «una especie de hospital». Tuve que preguntar a mi madre qué estaba pasando. Ella me explicó qué era realmente ese «hospital» y qué era lo que sucedía allí. (Una vez más, sabíamos en los Países Bajos qué estaba pasando, y aquel que decía que no lo sabía en la realidad no lo quería saber.)

Algunos de estos niños (y otros judíos) habían soñado abandonar Europa, la escena de tanta miseria, e ir a Israel. Los ingleses no permitían esto por razones políticas y cuando podían interceptar un barco con judíos, se los internó en Chipre … en campos. En la escuela estábamos indignados: ¡cómo pudieron tratar los británicos a esta pobre gente!

Después de las vacaciones de verano, el número de trabajadores creció de manera tan explosiva que era difícil de recuperar la atmósfera y los ideales antiguos. Nos habían encontrado una villa que era demasiado pequeña y ni había suficientes mesas y sillas. Esto provocó tensiones y el grupo se volvió inmanejable. En un momento determinado los colaboradores decidieron aplicar un remedio heroico y se fueron. Este actuó como un catalizador. Inmediatamente después de la salida de los colaboradores un par de trabajadores de más edad tomaron las riendas. Nos quedamos de pie en el hueco de la escalera y desde arriba nos llamaron que deberíamos avergonzarnos por nuestro comportamiento. El estado de ánimo cambió de una vez. La «libertad» no es una licencia para hacer todo lo que quieras, así nos lo había inculcado siempre Kees Boeke (quien en aquel momento se encontraba en el extranjero): debes tener en cuenta a los demás y tienes responsabilidades hacia la comunidad. Decidimos pedir a los colaboradores quedarse alejados un rato más para darnos la oportunidad de poner orden. Así empezó un período fantástico. De repente trabajamos solidariamente con y para los demás; incluso pudieron retomarse algunas de las lecciones al ayudar los trabajadores más experimentados a los menos avanzados. Después de algún tiempo, nos quedamos satisfechos con el resultado y se envió una delegación a los colaboradores para pedirles volver. (En retrospectiva, los colaboradores realmente se la habían jugado todo y probablemente estaban tan aliviados como nosotros que el asunto había terminado bien.)

No mucho tiempo después de la guerra (durante la que habíamos sido ocupados no sólo por alemanes, sino también por austriacos), Kees Boeke nos dijo que nos habían enviado una remesa de comida (¿qué eran, naranjas o leche? No recuerdo). Nos dijo que en la Austria de la post-guerra había niños pobres que necesitaban estos alimentos más que nosotros. Sugirió que esta remesa, que aun no había llegado a los Países Bajos, fuera reenviada a Austria. Esta propuesta fue una continuación lógica de sus esfuerzos, realizados durante y después de la Primera Guerra Mundial, de acercar a las partes en conflicto bajo el lema «améis a vuestros enemigos…». Ahora, a nosotros nos pareció bien enviar aquellos alimentos a nuestros antiguos adversarios. Pero había una chica que se puso de pie y con valentía dijo que entendía la situación de los niños pobres en Austria, pero que aquí en los Países Bajos había niños pobres también que estarían felices con la comida y que ella prefería dársela a ellos. Ahora tuvimos un problema: las decisiones del Taller, después de todo, tenían que ser tomadas por consenso, y si alguien no estaba de acuerdo con la propuesta había que tratar de convencerlo. En varias reuniones Kees Boeke intentó convencer a la chica, pero ella se pegó a sus armas, hasta que finalmente dijo que no se opuso más. Esto implicaba que no había sido convencida, y por lo tanto la propuesta no fue aprobada, a raíz del «modelo de consenso». Creo que Kees Boeke estaba por un lado triste porque no fue aprobado su propuesta idealista, pero por el otro un poco orgulloso de la valentía de aquella chica tenaz. (¡Y conste que ella no quiso que se guardara la comida para nosotros mismos!) Más tarde se convirtió en una presentadora de televisión y cuando la veía en la tele, me recordaba a menudo de este suceso.

En 1947 escuchamos que había un grupo olvidado de huérfanos judíos de 3-8 años de edad, que se habían quedado embarrancados en Apeldoorn. Después de su liberación del campo de concentración, habían sido capoteados por dos años en Alemania y tenían que ser ayudados con urgencia. Eso nos vino de maravilla. Juntos organizamos de un día para otro una acción de ayuda. Inmediatamente redactamos una carta para todos los residentes de Bilthoven pidiendo en particular ropa para niños. Por la noche hicimos el buzoneo y al día siguiente salimos en grupos con carros de mano prestados para recoger el material. Esto fue un trabajo duro y Bilthoven es grande. Cuando un carro estaba lleno, lo llevamos al Taller para vaciarlo (se donó muy generosamente). Allí había una actividad intensa, ya que un grupo de trabajadores clasificaba y empaquetaba la ropa; y el mismo día salió el primer camión en dirección a Apeldoorn mientras que nosotros estábamos de nuevo en la calle con los carros de mano para recoger más ropa. Esta explosión colectiva de la energía fue una gran experiencia.

En 1947, tres años después de Mosterdveen, llegó de nuevo el momento del campamento de trabajo. Esta vez todo salió de maravilla. Viajamos con autobuses regulares (y de día), y luego en barco a la isla de Terschelling[xv]. Fuimos alojados en un cobertizo grande utilizado para procesar algas marinas (ubicado fuera del dique y posteriormente arrasado por la inundación de 1953) y en tiendas de campaña del ejército. Esta vez sí pudimos conocer la naturaleza que nos rodeaba: las dunas, las playas y el santuario de aves en el Bosplaat, y la «caminata nocturna», en la que esperamos en silencio hasta que se despertaran los pájaros del bosque y saliera el sol (algo que hacíamos anteriormente también, en los bosques entre Bilthoven y Den Dolder, pero durante la guerra esto estaba, por supuesto, prohibido). También escuchamos mucho sobre la historia de Terschelling, muy instructivo.

Despedida

Desde que empezara a funcionar El Taller, hubo tensiones entre la escuela y las autoridades, las cuales toleraron la escuela hasta después de la guerra, cuando se volvieron más amigables. Sospecho que habían visto con admiración lo que había hecho la escuela durante la guerra, y por otra parte empezaron a tener respeto por el sistema educativo de Kees Boeke, que comenzó a obtener una gran cantidad de aprecio en la comunidad educativa en los Países Bajos y en el extranjero. Incluso Bilthoven, que siempre había ignorado a El Taller cuando se organizaba algo para las escuelas de Bilthoven, de repente nos invitó después de la guerra. No estábamos contentos porque la invitación claramente no fue hecha por motivos nobles, sino por el hecho de que la reina Juliana había matriculado a sus hijas en El Taller. (Por lo tanto, no aceptamos la invitación de Bilthoven.)

Sin embargo, en 1948 las autoridades todavía no le habían otorgado a la escuela el derecho de dar el examen final del bachillerato. Así que en 1948 tuve que ir a una escuela «normal». Sentí tristeza al tener que abandonar El Taller donde había llegado como un párvulo en 1938. En la escuela «normal» a la cual tuve que ir en 1948 para los últimos años del bachillerato y los exámenes finales, ¡suspendieron aquel año – ironía del destino – todos los alumnos del bachillerato el examen final! En la realidad, uno de los estudiantes había pasado el examen final con éxito, pero cuando se dio cuenta de que los demás habían suspendido, se retiró (y por ende suspendió también) por solidaridad con sus compañeros de clase porque juntos habían trabajado duro para el examen (sin saber que las exigencias de la escuela eran demasiado bajas para el nivel del examen), por lo que no consideró correcto aprobar como el único. Este alumno solidario era (por supuesto, pensábamos) un ex trabajador del Taller. Estábamos orgullosos de él.

Con melancolía salí del Taller, una melancolía que Kees Boeke ya había expresado en una canción: «Somos todos pájaros del mismo nido»:

VIVIMOS TAN MARAVILLOSAMENTE

Vivimos tan maravillosamente juntos / en el trabajo y el juego aquí año tras año. / Pero en algún momento, mira, llegará el día / que nos separaremos / y nos dispersaremos, / norte, este, sur, oeste, / al igual que los pájaros jóvenes en el nido.

Entonces empezaremos a recorrer el mundo, / será para nosotros un inicio nuevo, / aprenderemos el significado más profundo de la vida, / y lucharemos / contra todo sufrimiento, / norte, este, sur, oeste, / toda la vida, por corta que sea, que nos queda.

Y cuando, en aquellas dificultades y luchas / nos recordaremos de estos buenos tiempos, / cantaremos a lo largo y ancho, / pensando en los amigos, / dispersos en los vientos, / norte, este, sur, oeste, / » Somos todos pájaros del mismo nido!»


Nota: las fotos en el encabezado del post muestran Kees Boeke y el primer edificio de El Taller. Créditos: Beatrice Boeke-Cadbury, y Onderwijsgek. Fuentes: http://resources.huygens.knaw.nl/bwn1880-2000/lemmata/bwn1/boekec, y https://nl.wikipedia.org/wiki/Werkplaats_Kindergemeenschap.

[i]     Ver: https://nl.wikipedia.org/wiki/Werkplaats_Kindergemeenschap; www.wpkeesboeke.nl/wp/kb/kees (en holandés).

[ii]    Bilthoven es una población ubicada en una zona boscosa en el centro de los Países Bajos, al este de la ciudad de Utrecht. Ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Bilthoven (en inglés).

[iii]   “Kees Boele” se pronuncia aproximadamente como “Kés Búke” (la última “e” es muda: casi no se pronuncia). “Kees” es una versión informal del nombre Cornelio. Ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Kees_Boeke (en inglés).

[iv]   Los cuáqueros (Quakers en inglés) son una comunidad religiosa protestante, conocida por su actitud pacifista. Ver: https://es.wikipedia.org/wiki/Sociedad_Religiosa_de_los_Amigos (en castellano).

[v]    Ver la nota anterior.

[vi]   Mateo 5:43-45.

[vii]  NRC Handelsblad, 26 de octubre de 2003, p. 41. Ver también: http://dare.uva.nl/cgi/arno/show.cgi?fid=165348 (en holandés). Vincent Icke es un astrofísico neerlandés.

[viii] Kees Boeke publicó este método para explicar la escala del universo en 1957, en inglés. Ver copia del libro en: www.arvindguptatoys.com/arvindgupta/cosmic-view.pdf.

[ix]   El Parlamento holandés.

[x]    Campo de concentración alemán en el sur de los Países Bajos. Ver: https://es.wikipedia.org/wiki/Herzogenbusch_(campo_de_concentraci%C3%B3n) (en castellano).

[xi]   Para trabajar en las fábricas en Alemania como trabajadores forzosos.

[xii]  Nunspeet y Putten son poblaciones en el centro de la Países Bajos, ubicadas en el borde occidental del Veluwe (ver siguiente nota).

[xiii] Amplia zona de bosques en el centro de los Países Bajos. Ver: https://es.wikipedia.org/wiki/Veluwe (en castellano).

[xiv] Empresa mayorista de ferretería (ahora desaparecida), ubicada al lado de la estación de Bilthoven. Ver: http://www.stationbilthoven.nl/goederen.html (en holandés).

[xv]  Una de las islas Frisias, en el norte de las Países Bajos. Ver: https://es.wikipedia.org/wiki/Terschelling (en español).

Deja un comentario